A nivel mundial, emprender es más que abrir empresas: representa una herramienta para enfrentar crisis, generar resiliencia económica y promover inclusión social. El emprendimiento se ha transformado en un símbolo de autonomía y reinvención frente a cambios acelerados como la digitalización o la precarización laboral. En este escenario, la relación entre envejecimiento demográfico y economía se vuelve clave, ya que en países como Chile el aumento de la población mayor impulsa a muchos a emprender como vía de permanencia activa en la vida productiva. La “economía plateada”, que hoy representa hasta el 40% del PIB en algunos países latinoamericanos y sitúa a las personas mayores no solo como consumidores, sino como actores productivos.

Los emprendedores senior se perfilan en dos segmentos principales: los que emprenden por necesidad, con menor acceso a formación y mayor exposición a la informalidad, y los que lo hacen por oportunidad, con más recursos educativos, disposición a innovar y proyectos formalizados. A pesar de estas diferencias, ambos perfiles comparten dificultades de inserción en un ecosistema diseñado para jóvenes.

Los desafíos recurrentes de los emprendedores senior son: la brecha digital que impide un uso significativo de la tecnología, el edadismo que invisibiliza su aporte, la soledad al carecer de redes de pares y el acceso limitado a financiamiento. Sin embargo, se reconoce un capital valioso en este segmento: resiliencia acumulada, experiencia, búsqueda de propósito y deseo de dejar legado.

El ecosistema chileno, es fragmentado, centralista y con programas orientados a otros grupos, pero que cuenta con fortalezas como la existencia de infraestructura institucional, el reconocimiento creciente del potencial económico del segmento senior y la oportunidad de crear espacios intergeneracionales de mentoría y colaboración.